San Barcolás
Paco Roda – Lunes, 11 de Enero de 2016
Aquella calle, en tiempos llamada Tornerías, había perdido hasta su nombre. Apenas quedaba rastro de los viejos comercios fagocitados por una hostelería especulativa de alta intensidad. Ese nuevo barismo posmoderno sin vinculación vecinal, monopolizaba el ochenta por ciento de la actividad comercial y actuaba sin piedad. Como si la calle San Nicolás fuera suya. Más aún, como si el vecindario y la propia autoridad municipal debieran rendirle pleitesía a cambio de la dinamización gastrocultural que proclamaban. Porque allí mandaban ellos. Nuevos bares, pese a la moratoria existente, estaban a punto de abrir mientras otros se permitían la osadía de saltarse el horario nocturno de actividad noche tras noche. Algunos bares de esa calle tenían licencia comercial de una cosa y hacían otra. Sin cortarse un pelo. Allí había bares de nombre pero en realidad eran discotecas tuneadas de jueves a domingo. Y no pasaba nada. Ni siquiera la policía para avisarles de su trampa. Y eso era lo grave. Que no pasaba nada. Que actuaban de oficio, como si tuvieran patente de corso; incluso para robarle el sueño de la vecindad. Porque aquellos bares habían decidido tomar la calle al asalto. Creían que tenían barra libre. Y así era. Incluso allende sus propiedades.
No me resulta fácil escribir de esto. Y me jode recordarles esto a quienes he votado. Porque veo que el actual Ayuntamiento no puede, o no quiere o no sabe gestionar este gravísimo problema generado por la saturación hostelera, la atomización de actividades y la ultrasocialización que padece el nuevo hábitat del Casco Viejo. Y me duele comprobar como la impunidad e inmunidad hostelera, de esta y otras calles, ha impuesto su ley, infame y diabólica. Ganando la partida a la autoridad y a la propia vecindad que solo quiere dormir en paz. Sin más.