Salvemos nuestras plazas

Víctor Manuel Egia Astibia 25.01.2021

El reciente anuncio y planteamiento del consistorio pamplonés de permitir la instalación de terrazas en las plazuelas de San José y Compañía ha levantado rápidamente un aluvión de protestas reflejadas en distintos escritos en los medios de comunicación o dirigidas directamente al consistorio. Quisiera, con esta, unirme a todas esas protestas añadiendo alguna reflexión personal.

A pesar de que algunos piensen que es algo coyuntural, producto de una especial y dramática situación, pienso que es tan solo el último renglón de una trayectoria iniciada antes de la pandemia. La casi total destrucción del pequeño comercio en el casco antiguo producto de la promoción indiscriminada de grandes centros comerciales y algunos otros factores han ayudado a la situación actual. El, algo más que, intento de reconversión del centro histórico en una gran taberna de jueves a domingo en la que se «recoge» a toda la población de la periferia para su «ocio» es cada vez más evidente. Monocultivo en términos de agricultura con lo que conlleva esto cuando entra en crisis, como ahora precisamente. Mi gran amigo y compañero de fatigas reivindicativas, el arquitecto Iñaki Uriarte, es dado en sus escritos a la invención o reconversión de algunas palabras o conceptos. En este caso, cambiando una sola letra emplea la palabra de nuevo cuño «reurBARizar» para expresar lo que está pasando en muchos de nuestros centros urbanos.

La plazuela de San José y la plaza de Compañía, por cierto, a la que pocos se refieren en sus protestas, no solo forman parte del acervo patrimonial del llamado Casco Histórico de la Ciudad para enseñar a turistas y visitantes, son espacios que poseen un uso y disfrute de los propios ciudadanos, no solo de los que residimos en Alde Zaharra sino de todos los que acuden a pasear, a comprar, a estudiar, a sus servicios sanitarios etc. a vivir en definitiva.

En la plaza de Compañía tenemos nuestro Centro de Salud o la Escuela de Idiomas lugares que ya de por si le dan suficiente vida, esa plaza que durante años fue ocupada por una escuela pública y que ya hace años fue recuperada como tal. Que decir de la plazuela de San José enmarcada por el magnífico lateral de la catedral gótica con su puerta, por la casa del músico considerado como el edificio civil más antiguo de Pamplona, por dos conventos de religiosas y algunas viviendas. Completa su perímetro el magnífico edificio que fue la primitiva escuela de Magisterio y que hoy precisamente alberga a la entidad encargada de preservar nuestro patrimonio. Solo tienen que asomarse a la ventana o bajar un ratito a descansar de su trabajo. En su centro la magnífica fuente de los Delfines que vino desde París en 1877 para instalarse en la plaza de Santiago y que terminó en 1952 en el lugar que ahora ocupa. Fundida en los parisinos talleres de Ducel, además de hermosa en sí, se convirtió después en una rara avis, al instalarse en su cúspide una triple luminaria, iturri berezia, con dos distintas funciones, la de fuente y la de farola, en un mismo elemento. El silencio y la paz que emana de la plazuela es apenas roto, y levemente, una mañana al mes cuando acoge el coqueto y muy valorado mercadillo de las pulgas o unas pocas tardes veraniegas con algunos conciertos musicales sin exceso de decibelios. La conocimos en mucho peor estado, cuando fue un desordenado parking repleto de utilitarios, aunque también allí aprendimos con Gorgorito a apreciar y valorar el mundo de las artes escénicas.

En palabras del gran geógrafo catalán Joan Nogué, en un mundo cansado y acelerado, donde el ruido está siempre presente y el silencio se ausenta y bate en retirada, cada vez son más las personas que buscan un pausado lugar en el que poder reencontrase a sí mismos. Algunos son capaces de encontrar ese lugar en los paisajes cotidianos, en espacios concretos incluso dentro de las ciudades. La plazuela de San José es hoy para muchos uno de esos espacios, remansos de paz y de silencio, e invito a los que todavía buscan donde evadirse, a reconocerlos. Dice un viejo proverbio árabe que, después del silencio, la mejor música es la del agua. En la coqueta plazuela de San José, del barrio Zugarrondo de la Nabarreria, tan solo el leve rumor de los cuatro chorros de agua que salen de las bocas de otros tantos delfines, es capaz de romper el pacífico silencio, y acompañar a la deliciosa intimidad del lugar.

No perdamos este lugar, no se lo merece, no nos lo perdonaríamos. Tampoco la plaza de Compañía, no terminemos la maléfica obra de convertir el casco histórico de Iruñea en un gigantesco bar, con su terraza claro. Amabilizar (también vocablo reinventado) si, reurbarizar no. Salvemos nuestras plazas, por favor.

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