Realidades paralelas

Juan Torrens Alzu – Sábado, 16 de Abril de 2016

El café L, en la Bajada de Javier, será el establecimiento menos molesto que hay en lo viejo y probablemente en toda Pamplona. Lo lleva María desde hace muchos años y sus clientes admiran, además de su rica y deliciosa variedad de bizcochos, su ambiente tranquilo, entrañable y acogedor. Ha decidido sustituir las dos mesas de su terraza de mesa alta por dos pequeños estantes, que ocupan menos de la mitad del espacio alquilado, para que los escasos clientes que salen a fumar tengan un apoyo, no ocupar mucho la estrecha calle y salvar la pendiente.

Pues bien, hace unos días se le presentó un Municipal para decirle que los estantes eran ilegales. Parece ser que los dilectos agentes, tras hacer oídos sordos, ojos ciegos y bocas mudas de todos los desmanes habidos y por haber de las nuevas cafeterías y los viejos garitos durante tanto tiempo, ahora se van a dedicar a hacer cumplir la normativa al pie de la letra. ¡Qué aplicaus!

A esa misma hora, en la Estafeta, la calle está colapsada por las terrazas de amplias cubas, grandes mesas sujetas a la pared (permanentemente, algunas de casi un metro cuadrado), los mostradores a la calle trasiegan bebidas y pintxos que, rápidamente, se distribuyen entre los parroquianos que lo engullen con fruición y avidez, abarrotando y haciendo intransitable la calzada.

Al otro lado de la Plaza del Castillo, la calle San Nicolás está congestionada. Los barriles tuneados, las terrazas (más de una ilegal), los ventanales a la calle abiertos de par en par y los mostradores de ingenioso diseño en muchas fachadas convierten la vieja rúa en una atestada macroterraza compartida que ahuyenta a invidentes, impedidos, vecinos dependientes o que pretendan acercar su coche al domicilio. ¡Váyanse si no son sanos! Esto es solo para gente guapa.

Mientras tanto, el Municipal prosigue su recorrido para llevarle el boletín de denuncia al bar T.L., en la calle Calderería, porque hace tres días vieron a un muchacho a la una de la noche echándose un cigarro, con un botellín de cerveza, en la puerta del bar.

Si no fuera por la confianza que tengo en nuestra Policía local pensaría que son ajenos a la auténtica dimensión de los problemas del vecindario y que solo se ocupan de hacer cumplir la ley a los pequeños comerciantes y hacen la vista gorda con los poderosos.

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