No, la culpa no es del que quiere vivir en el centro

LUCÍA TABOADA 28-12-2018

Tenemos derecho a vivir en el centro si queremos y no por ello dejarnos el sueldo. Y no solo eso, también tenemos el deber de hacerlo.

“Qué vergüenza democrática no poder vivir en el centro de las ciudades” leía el otro día en Twitter. El comentario era sarcástico e iba acompañado de ofertas de alquiler en ciudades residenciales a precios más bajos. En los últimos meses se está produciendo otra burbuja: el de la demonización de aquellas personas que eligen el centro como primera opción, bien porque el centro es donde está su trabajo y prefieren gastarse más en alquiler que en combustible o transporte, bien porque es en el centro donde han tejido todas sus relaciones y vínculos sociales, bien porque sencillamente les gusta más. “Nadie os obliga a vivir en el centro”, “la culpa es vuestra por aceptar vivir en un zulo sólo porque está a 10 minutos de Malasaña”, “yo vivo en un barrio en el que pago 200 euros menos que tú, pero claro, aquí no hay bares modernitos”.

Evidentemente, no todos podemos vivir en el centro como en un camarote Marxiano; y evidentemente vivir en el centro en un piso de 40 metros cuadrados pagando 800 euros al mes es una opción personal, como lo es vivir en una urbanización con piscina en un barrio más alejado pagando menos.

Vivir en el centro de algunas ciudades va camino de convertirse en un privilegio, y eso desfavorece tanto a los que lo habitan como a los que no. Porque el problema de la vivienda se está agrandando hasta hacerse transversal. Los precios en los barrios aledaños de las grandes ciudades han aumentado en los últimos años en consonancia con la mayor demanda. Un estudio de Gesvalt revela que a finales del 2018 en ciudades limítrofes a las principales capitales la demanda del alquiler ha aumentado, y de la mano también lo han hecho los precios. Por ejemplo, en Casteldefells (14,85 euros por metro cuadrado al mes), Hospitalet de Llobregat (14,4 euros por metro cuadrado al mes) o Majadahonda (11,91 euros por metro cuadrado al mes).

La gentrificación no es un fenómeno reciente, pero en los últimos años es mucho más explosivo. Fundamentalmente porque ahora intervienen grandes empresas o fondos internacionales capaces de mover mucho dinero en muy poco tiempo. Y no les interesa un apartamento turístico, les interesa todo el bloque de apartamentos turísticos. “El problema del precio de la vivienda es bastante complejo, pero ha habido una falta de política de vivienda pública, principalmente en el mercado de alquiler, que podía haber evitado la continua escalada de precios”, opina el arquitecto David García-Asenjo.

En Barcelona, el precio actual por metro cuadrado al mes es 19,05 euros; en Madrid de 17,50, casi un 30% más cara que hace solo dos años. “Es cierto que la intervención pública en la mejora de algunos barrios ha sido fundamental para la gentrificación de los mismos. Lugares que estaban deteriorados se han visto mejorados por la acción de las administraciones y esto lo ha hecho más atractivos para grupos con mayor poder adquisitivo y para el turismo y los establecimientos hoteleros, en sus diversas tipologías. Pero en muchos casos esas políticas de mejora de los espacios públicos, e incluso las ayudas para la rehabilitación de edificios, no ha ido de la mano de una política de vivienda pública que permitiera controlar los precios”, añade.

¿Por qué es importante que los centros de las ciudades sean habitados por vecinos? Porque “su presencia hace que se establezca una continuidad en el uso que permite que el tejido comercial y económico de la ciudad se mantenga de forma sostenida en el tiempo, sin depender de picos de visitas o de horas punta. Por otra parte se teje una red de contactos, que aunque en las grandes ciudades sea menos aparente, fomenta el sentido de comunidad y hace que se valore el mantenimiento del entorno”, explica García-Asenjo.

Vamos, que vivir en el centro es fundamental para su preservación. Va a ser un vecino –y no un turista- el que avise a las administraciones de que una baldosa de una acera se ha salido, de que hay más suciedad de lo normal en las calles, o de que el contenedor de vidrio está roto desde hace dos semanas. También es importante desde el punto de vista de modelo de ciudad. “Las periferias podían parecer un modelo idílico, con espacios libres, viviendas de mayor tamaño, jardín y piscina. Pero con una dependencia del coche brutal, que hace que se pasen más horas en los desplazamientos que en el jardín trasero de la vivienda. Esta dependencia del vehículo hace también que sea necesario uno para cada miembro de la familia, con un importante coste en un objeto que se devalúa rápidamente”, desarrolla García-Asenjo.

Y aquí, entra de nuevo en juego la mezcla de usos y densidad de los espacios, muy distinta en el extrarradio que en los centros urbanos. “Durante la mayor parte de la semana las calles del extrarradio están vacías, y esa falta de gente en las calles motiva que el comercio y establecimientos de ocio se concentren en centros comerciales, diseñados la mayor parte de ellos con escaso atractivo arquitectónico. Los modelos de ciudad que han tratado de emular el ensanche tradicional, evitando la tipología de viviendas unifamiliares, ha fracasado en muchos casos de nuevo por esta falta de densidad”, concluye.

No es peor una persona por elegir vivir en el centro, es peor una ciudad si no es capaz de acogerlo.

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