La moratoria iruñatarra del morapio

Juan López Asensio – Martes, 8 de Septiembre de 2015

el decibelio es una unidad de medida que no se llevaba cuando yo era chico. Y no es que no hubiera ruidos nocturnos, que el somier del segundo izquierda gemía con frecuencia. Pero es que desde un tiempo a esta parte se ha declarado al ruido enemigo de la salud, y todo el mundo sabe que con treinta decibelios puede cogerse el sueño, con cuarenta, a duras penas, con cincuenta, un ojo abierto y el otro de imaginaria, y con sesenta o más, lo mejor es sumarse al jolgorio. Por eso, no está de más lo de la moratoria preventiva o que se monte una mesa con los afectados del ruido del Casco Antiguo, aunque mejor sería que se montase una pijamada de concejales en algún primer piso afectado para que las conclusiones fuesen fidedignas. Sin pegar ojo hasta las cuatro y diez de la mañana, se sacan puntuales conclusiones nada más pasar los gaiteros.

Claro está que lo difícil no será concluir acerca de la causa de la soñarrera que padecen los inquilinos de las viviendas más próximas al barerío y a las salidas de evacuación del Casco Antiguo. Se sabe que, de madrugada, el ruido es producido por el murmullo de concentración, por la tertulia y/o despedida de tres amigos o por el canto o declamación del borracho unicelular. Y en los tres casos se supera el umbral de los setenta decibelios. Cierto es que el jotero a precario y los amigos tertulianos tienden a moverse, aunque a veces el argumento requiere de concentración intelectual que no se alcanza sin montar el corro en pleno recorrido del encierro. En estos casos, con algo de entrenamiento, entre canto y tertulia puede llegar a cogerse el sueño. Por eso, para mí el peor ruido es el del murmullo, que es algo así como intentar dormir junto al motor de un trailer arrancado. Peor, con gente entrando y saliendo de la cabina, que hay tenores y sopranos que siempre destacan sobre el coro.

Como les decía, realizar el diagnóstico es fácil. Con un sonómetro y una colchoneta, muchos sufridores de San Nicolás o la Estafeta estarán dispuestos a ofrecer a sus señorías una tarima en la que poder pasar la noche toledana. Pero no es mucho más difícil llegar a las soluciones. Descartadas la del ¡Agua va!, la de pegar por las calles el hospitalario rótulo: Se ruega silencio, por favor, y la de construir un forjado en las calles más afectadas y a la altura de los toldos, solución que entraría en conflicto con el alquiler de balcones durante San Fermín, quedan dos soluciones posibles: disminuir el ruido y aislar mejor las viviendas. Supongo que a esta conclusión serán capaces de llegar los comisionados en torno a la cuba en la que habrán de quedar para comprobar cómo se genera el ruido in situ. Y si avanzan un poco más, también podrán colegir que si no hay terraza o barrilete, y las puertas del local están cerradas, no habrá gente estacionada, y sin gente no habrá ruido asentado, por lo que fijar una hora prudencial para el pliegue, fundamental. Si con la regulación horaria se puede paliar gran parte del foco contaminante, con una buena carpintería, y bien ejecutada (importantísimo), puede mejorarse el aislamiento de la fachada en unos cuantos decibelios, los suficientes como para que se sienta la diferencia entre poder dormir, aun con alguna dificultad, o no dormir.

Ahora, solo hace falta que el Ayuntamiento abra una línea de subvenciones para el aislamiento acústico (carpinterías), tenga el valor de establecer unas horas de terraza y barrilete bastante más acotadas y la obligación de mantener cerradas las puertas de los bares a partir de unas horas. Lo demás, fuegos de artificio. Y lo de la educación cívica, muy bien, empecemos ya, pero eso no es solución a medio plazo, ya que un proceso educativo dura unos veinte-treinta años, y para entonces muchos estaremos hartos de silencio.

Con lo fácil que es la paliación, esperemos que dentro de un año no tengamos que decir aquello de mucho ruido y pocas nueces. Y para que no haya excusa, recuerdo a los concejales que no se olviden el pijama.

 

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