Gentrificación, gentrificaçao, gentrificació

Marcos Bartolomé 7 de septiembre de 2017

Madrid, Lisboa y Barcelona viven diferentes etapas de una turistificación a la que se han entregado muchas urbes del sur de Europa. Considerado un billete exprés para salir de la crisis, el modelo de turismo ha supuesto para los residentes una alienación de sus entornos urbanos y la amenaza de un exilio forzado a la periferia. La causa: la subida de las rentas provocada por la orientación de la oferta inmobiliaria hacia los alquileres turísticos que ofrecen plataformas como AirBnb.

Cuenta una leyenda de la Antigua Grecia que a un rey de Frigia le fue concedida una rara habilidad. La gracia del soberano al que decían Midas era convertir en oro aquello que tocara, pero poco después de adquirirla gracias a Dionisos –dios del exceso–, el monarca cayó en la cuenta de que era un arma de doble filo. Ciertamente, si Midas tomaba una manzana en sus manos la transformaba en metal precioso y era la envidia de todos; sin embargo, la manzana perdía su razón de ser al no poder ser degustada: manzana dorada igual a manzana arruinada.

Del mismo modo, el turismo tiene la capacidad de revalorizar una ciudad convirtiendo sus calles en una Milla de oro y trayendo hordas que cimientan con sus fotografías el aura dorada del destino. En el proceso, no obstante, el observador atento notará que la urbe empieza a languidecer. Reducida al estatus de producto de lujo, pierde su utilidad y se desvirtúa. Lo que comienza siendo una oportunidad económica deviene pesadilla diaria para los principales interesados: los habitantes de la ciudad.

En el sur del Viejo Continente, Madrid, Lisboa y Barcelona han sido bendecidas con el don del rey Midas. El reto es recordar que el corazón de cualquier política pública es servir a la población permanente, no a la flotante. Aunque, con un sector turístico que hoy genera un décimo de los empleos mundiales y que casi multiplicó por 50 el número de viajes internacionales entre 1950 y 2016…, es difícil mantener la cabeza fría.

Fase 1: Oportunidad

Tomamos un vuelo chárter para empezar nuestro recorrido en Madrid, la menos congestionada de las tres grandes urbes ibéricas. Este coloso es la tercera mayor ciudad de la Unión Europea y uno de sus principales polos económicos. Sede durante siglos de la corte del Imperio español, es una ciudad moderna hogar de una riquísima vida cultural y llena de citas multitudinarias, como el Orgullo Mundial a principios del verano.

Aun así, el turismo no es la prioridad. A pesar de sus cielos azules y riqueza gastronómica, en Madrid no tiene el que en otras grandes ciudades del sur de Europa, como Milán, Barcelona, Florencia o Lisboa. Apenas el 7,7% del PIB madrileño procede del turismo y solo ahora esta industria parece empezar a tomar conciencia de su propio potencial y de que queda mucho espacio para crecer.

Sin duda, el motor económico español es objeto de un enorme interés, que se tradujo en 2016 en 18 millones de pernoctaciones, un número solo algo inferior al registrado en la capital catalana. Sin embargo, Madrid duplica en población a la Ciudad Condal y geográficamente es más grande, lo que diluye significativamente la presión turística sobre sus calles.

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Además, en torno a la mitad de los huéspedes de la villa son nacionales españoles más o menos asiduos, para los que la urbe no supone una experiencia exótica. Su visita se concentra en fechas puntuales como Navidad e implica comportamientos menos disruptivos para con la vida cotidiana de calles y residentes respecto a otros puntos de la geografía, como Baleares o Barcelona.

Dicho esto, Madrid tiene algunos problemas específicos. El distrito Centro ya vio en algunos de sus barrios, como Malasaña o Chueca, cómo la población de siempre era desplazada según los vecindarios se iban haciendo más seguros y se ponían de moda. Se trató de la gentrificación clásica, una mejora del barrio que los vecinos de siempre no pueden disfrutar al no tener rentas en consonancia con los nuevos precios, asociada al colectivo LGBT en Chueca y a individuos con alto capital cultural en Malasaña. Ahora, una segunda oleada de elitización, calificable como gentrificación turística, amenaza con desplazar a más vecinos.

La plataforma de alquiler vacacional AirBnb cuenta con unos 13.000 alojamientos en Madrid frente a los más de 17.000 que se ofrecen en Barcelona. Sin embargo, su distribución en la capital es más agresiva, ya que los alojamientos se concentran en el distrito Centro, que llega a registrar en el barrio de Sol tres alojamientos por cada diez hogares. El resto de los barrios del distrito ofrecen aproximadamente un alojamiento por cada diez hogares.

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Si tenemos en cuenta que el alquiler vacacional produce rendimientos mayores que el de larga duración —en torno a 25.000 euros de media por un piso alquilado el 75% del año— se entiende que los propietarios orienten su negocio a turistas en vez de a residentes. El parque de alquiler convencional se reduce, lo que hace aumentar los precios: el conflicto social está servido. Pero, de momento, desplacémonos hacia el oeste.

Para saber más: “Análisis del impacto de las viviendas de uso turístico en el distrito Centro”, Ayuntamiento de Madrid, 2017

Fase 2: Turistificación

Tomamos un tren de noche a Lisboa atraídos por ecos de fados y postales de azulejos y tranvías. Hace poco más de un lustro, la capital lusa era un destino fuera del radar de las masas que acuden a Barcelona. No pocos edificios de interés del centro histórico languidecían ante la imposibilidad del Ayuntamiento de afrontar los honorarios de su rehabilitación. Pero la maquinaria económica y de promoción arrancó. En 2014 Lisboa fue la ciudad que más crecimiento turístico registró en el Viejo Continente: un 15,4%. El año pasado hubo casi 15 millones de pernoctaciones, según el Instituto Nacional de Estadística portugués.

Esto ha supuesto que la tercera aglomeración ibérica recorra una senda similar a la barcelonesa tan rápidamente como los tuctucs que hoyan ahora sus rúas o la metamorfosis de los antiguos palacios en hoteles o tiendas de cadenas internacionales. El caldo de cultivo es un mercado turístico europeo y asiático que vuelve a bullir en las postrimerías de la crisis económica, así como la percibida falta de seguridad del turista en destinos de las riberas este y sur mediterráneas, como Egipto, Turquía o Túnez.

Por otro lado, las instituciones locales y nacionales ven en el turismo el salvavidas que sacará Portugal y Lisboa del estancamiento económico. El Consistorio hace causa común con los empresarios hosteleros, cuyo presidente declaró que Lisboa era “la nueva Barcelona”, dando por hecho que esto era algo deseable.

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El Gobierno local, que en campaña había prometido cumplir la ley de los tercios en el turístico barrio de Baixa —uno para alojamientos, otro para comercio y el restante de servicios—, no acometió otra iniciativa en este vecindario ideado por el marqués de Pombal que la de conceder licencias hoteleras. Si a esta facilidad para conceder licencias sumamos la nueva Ley de Rentas —en vigor por imposición de la troika—, que permite a los propietarios desalojar inquilinos con el pretexto de efectuar “reformas estructurales” con tan solo un año de indemnización, entenderemos el boom hotelero.

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El espíritu constitucional, muy sensible a cuestiones sociales, y la convivencia de clases vivida hasta hace pocos años en el centro de Lisboa gracias a las políticas de congelamiento de rentas implantadas por el dictador Salazar contrasta con las políticas recientes. Además de los inquilinos expulsados de sus alojamientos por la Ley de Rentas, la explosión de AirBnb —en Lisboa se crean 200 nuevos alojamientos al mes en esta plataforma— transforma la oferta de alquiler. Como en Madrid, el mercado de alquileres de larga duración se contrae —a razón de un 33% entre 2011 y 2015— a medida que los propietarios se orientan al alquiler vacacional. La causa es la carta blanca concedida por el Consistorio lisboeta a esta y otras plataformas.

En Berlín o Nueva York, el propietario de un piso apenas puede alquilar habitaciones —y no viviendas enteras— a través de esta plataforma para evitar el éxodo poblacional. En París solo se puede alquilar la primera vivienda por 120 días, 90 en Londres. Nada de esto ha ocurrido en Lisboa, donde el 80% de los apartamentos en AirBnb son inmuebles enteros. La reducción de la oferta de alquileres convencionales ha provocado una subida del alquiler de entre el 30 y el 40% desde la popularización de plataformas como AirBnb en 2014; entretanto, en el conjunto del país el alquiler solo ha subido un 0,8%.

El Consistorio no solo no frena a AirBnb y sus competidores, sino que favorece aún más el éxodo de los lisboetas menos acaudalados del centro con un programa de renta accesible que omite los barrios centrales, mejor comunicados y dotados de servicios. En estas zonas, no rehabilita los edificios deteriorados para alojar a los ciudadanos que necesitan facilidades para acceder a la vivienda, sino que los vende a entidades privadas, negocio mucho más lucrativo. Los menos ricos son expulsados por la lógica de mercado de las calles que los vieron nacer.

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La falta de sensibilidad para los nacionales de ingresos bajos contrasta con la benevolencia de las Administraciones hacia otros colectivos, como los extranjeros adinerados. En Portugal cualquier pensionista que fije su primera residencia en el país está exento de impuestos sobre sus ingresos durante diez años. Así, el acceso a la vivienda para los jubilados extranjeros es más fácil que para los nacionales, ya que no tienen que destinar una porción de su renta al fisco.

Con alquileres por las nubes y un vecino diferente cada semana, calles infestadas de tuctucs, comercios de proximidad que reculan ante tiendas de souvenirs y franquicias y el colapso de transportes públicos como el tranvía 28 o la línea Lisboa-Cascais, los lisboetas del centro no están contentos, menos aún cuando lo recaudado por la tasa turística se destina a promoción para atraer todavía más turistas. Es una cuestión de tiempo que la protesta contra las políticas municipales y la turistificación del patrimonio lisboeta cobre fuerza. Pero ahora cambiemos a Pessoa por Gaudí: embarcamos rumbo a El Prat.

Para saber más: Terramotourism, Left Hand Rotation, 2016

Fase 3: Turismofobia

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Así comienzan muchas conversaciones para romper el hielo en el extranjero entre un español y una persona de otra nacionalidad. No es extraño, ya que fuera de la temporada estival uno de cada diez extranjeros que visita España —el tercer país más visitado del planeta— se encuentra en la Ciudad Condal. Clima, compras, gastronomía, fiesta y, sí, también el patrimonio histórico-artístico atraen 19,5 millones de pernoctaciones turísticas —31 millones en toda la provincia—, de las cuales el 85% corresponde a extranjeros. La progresión ha sido asombrosa si tenemos en cuenta que los datos doblan los de hace una década.

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A los datos oficiales hay que sumar el parque de apartamentos turísticos, que en muchos casos operan sin licencia. Su trozo del pastel no es desdeñable: según AirBnb, en 2016 1,3 de los más de ocho millones visitantes de Barcelona lo hicieron a través de este servicio, un número cercano a la población de la propia ciudad —1,6 millones—.

Para ampliar: “Airbnb in Barcelona”, animación creada por Kor Dwarshuis que muestra el boom de AirBnb en Barcelona desde abril de 2009

Por si esto fuera poco, la ciudad tiene el mayor puerto de cruceros de Europa y el cuarto del mundo. La barrera psicológica de 20.000 cruceristas diarios se superó 14 días este verano, un auténtico desembarco en sus seis terminales, a las que pronto se sumará una séptima. El turismo ha devenido el principal problema de la ciudad para los barceloneses, aun cuando casi el 72,3% considera que el turismo es un fenómeno positivo.

El antecedente remoto de esta espiral es la Sociedad de Atracción de Forasteros. La entidad público-privada, cercana a la burguesa Lliga Regionalista, creía que los visitantes europeos elevarían el estatus de Barcelona al de “París del sur”, así como el nivel moral y cultural de sus ciudadanos al estar expuestos a otras lenguas, culturas e ideas.

Sin embargo, la verdadera revolución fue la selección de la capital catalana como sede de los Juegos Olímpicos de 1992, que crea la marca Barcelona. Una urbe eminentemente industrial, de espaldas al mar y con un desempleo rampante a causa de la reconversión se reinventa. El éxito es tal que los Juegos de Barcelona son por casi todos elogiados como los más rentables económica y simbólicamente.

Los barceloneses sienten cada día más las consecuencias de esta gran operación de creación de marca. Sí, su ciudad es la más cool, pero ya no se la pueden permitir: es el municipio más caro por metro cuadrado de España —17,8 €/m²—, por delante de Madrid —14,6— o San Sebastián —12,8—. En 35 de sus 75 barrios la renta mensual típica es superior al salario mínimo —707,60 euros—.

Como en Madrid y Lisboa, gran parte de esta subida se achaca a la masificación turística. En primer lugar, un importante porcentaje de la población flotante de Barcelona procede de países más ricos que España. Además, al estar de vacaciones, los turistas modifican sus patrones de gasto con respecto a su vida cotidiana y se permiten caprichos que propician la proliferación de negocios prohibitivos desconectados del cliente local. Las plataformas de alquiler vacacional son el equivalente habitacional del fenómeno: la rentabilidad se multiplica al orientar el negocio a estadías cortas para turistas y la oferta de alquileres de larga duración se ve reducida drásticamente. Los barceloneses de a pie se tienen que ir.

Para ampliar: La ciutat dels turistes, documental de la televisión pública de Cataluña sobre la evolución del turismo en la urbe

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El futuro del rey Midas

Madrid, Barcelona y Lisboa recorren una senda peligrosa, aunque están en diferentes etapas del camino. El modelo de turismo masivo y de bajo coste satura la ciudad y sustrae el derecho a ella a sus ciudadanos, lo cual genera poco de ese intercambio provechoso que la Sociedad de Atracción de Forasteros buscaba en los comienzos del siglo XX.

Por otra parte, la actividad turística es volátil y veleidosa. A París los atentados yihadistas de finales de 2015 y principios de 2016 le costaron la pérdida de 1,3 millones de turistas o, dicho de otro modo, la vuelta a niveles de 2009, y a Bélgica el atentado en Bruselas le costó medio punto porcentual de su PIB. Ciertamente, Europa es mucho más resiliente que otras regiones del Mediterráneo al terrorismo, pero la caída se nota y está por ver cómo afectarán los atentados de Barcelona y Cambrils al sector. Otros factores, como la coyuntura económica o las modas, también se dejan sentir enormemente.

Si añadimos las malas condiciones laborales, que son norma en el sector turístico —jornadas infinitas, salarios pésimos, contratos estacionales y precarios…—, encontramos el caldo de cultivo para la llamada turismofobia, que no es otra cosa que una manifestación contra la parte visible —los turistas— del enorme iceberg que es el modelo turístico. Figuras como la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se han pronunciado sobre la necesidad de un cambio de paradigma, y muchos hablan de atraer turistas más acaudalados para evitar la masificación. Pero ¿no es eso una supresión del derecho a viajar para el resto?

Para ampliar: “España contra la gallina de los huevos de oro”, Abel Gil en El Huffington Post, 2017

A todos nos gustan los miradores de Lisboa, las maravillas de Gaudí y remar en las barcas de El Retiro. Es precisamente por eso que se hace imperativo encontrar una fórmula que permita conocer un mundo que los avances hacen más pequeño a cada lustro que pasa sin comprometer sus maravillas.

ordenmundial

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