Del café al porro

Elisa Beni 5 de agosto de 2017

Toca ahora estigmatizar cualquier protesta contra la turistificación o la masificación de un turismo insostenible que daña en muchos casos los intereses de los habitantes

No les duelen prendas a la hora de pregonar que cualquier cosa que dé dinero ha de ser reverenciada sin cuestionamiento ninguno

No se si he contado alguna vez que a mí me parió una vasca de rompe y rasga. De las que bebía al higuillo de bota o porrón como una diosa, sin tocar pitorro, pero luego apartaba a sus crías con garbo de cualquier sustancia que pudiera entorpecer su sano desarrollo. En casa por no tomar, no se tomaba ni cafeína. Un día mi hermana más pequeña salió con unas amiguitas, por primera vez sola, y al volver mi ama le preguntó qué había tomado. «Un café con leche», dijo la inconsciente criatura. Jamás pensó la que podía caerle encima. «Sigue, sigue así que del café con leche al porro no hay más que un paso», afirmó rotunda. Fue un momento inolvidable. Nos estuvimos descojonando de ella toda la vida (ay, madre, como vive tu recuerdo en mí). No, no me he vuelto loca. Es que hacía mucho que no me reía tanto. Hasta que llegó ayer Martínez–Maillo a devolverme la carcajada. «El problema no son los niñatos, sino aquellos que no condenan estos actos vandálicos, porque se comienza tirando confetis como en Baleares y se acaba quemando autobuses como la kale borroka en el País Vasco». Y es que no puede uno sino partirse el cuajo. Del café al terrorismo, di que sí, muchachote.

Es lo que tiene la gente de derechas –que mi madre no lo era– que son una fuente perfecta de chascarrillos. Lo malo es que sus chistes duelen. Toca ahora estigmatizar cualquier protesta contra la turistificación o la masificación de un turismo insostenible que daña ya en muchos casos los intereses de los habitantes del territorio. Y es que no les duelen prendas a la hora de pregonar que cualquier cosa que dé dinero ha de ser reverenciada sin cuestionamiento ninguno. El turismo es la principal industria de España así que nos quieren así, abiertos de piernas, para recibir todo lo que llegue, hasta donde llegue y a pesar de lo que nos hiere. Y no se les ocurra ni rechistar. Sobre todo rechistar porque de rechistar a acabar en prisión preventiva como FIES puede acabar habiendo un paso. No voy a poner ejemplos, pero ya he oído hablar de terrorismo varias veces después de unas pintadas en un bus, un poco de confeti, unas ruedas pinchada y un tanto de humo. Si algo da dinero es intocable. Si algo da mucho dinero es sagrado. Así funciona la lógica neoliberal.

Lo triste es que la principal industria de este país es una burbuja que puede pinchar por múltiples motivos, ninguno controlable, y que se está convirtiendo en una actividad insostenible. No les importa. Ni se lo plantean. A fin de cuentas los que se forran con los billetes del turismo no viven en las Ramblas ni en Centro ni se bañan en Magaluf ni tienen que acudir al colegio en una Ibiza en la que no hay maestros porque no hay alojamiento. Afirman que quieren defender también a los millones de trabajadores del sector pero me temo que a las kelis que limpian cada habitación de hotel por dos euros, les iría mejor que hubiera menos habitaciones y mejor pagadas.

Más de 1.100 millones de turistas se mueven por el globo terráqueo cada año. De ellos el 42% aproximadamente se concentra en los cinco principales países receptores de turismo: Francia, Estados Unidos, España, China e Italia. Eso hace 462 millones de personas en sólo cinco países. Dos de ellos tienen una gran superficie pero Francia, España e Italia, no. Así que no es de extrañar que muchos de los problemas de turistificación y de revuelta contra el turismo masivo se produzcan en ellos. A nosotros nos van tocando 80 millones con gran regocijo del gobierno y de los que se forran.

No hay que ser un lince para concluir que fiar el futuro del país al incremento perpetuo del número de turistas es insostenible. Ochenta millones de personas cargan el consumo hídrico de forma inasumible en tiempo de sequía –como el actual– utilizan de forma masiva infraestructuras que son casi expropiadas al uso de la población autóctona (aeropuertos, autovías, hospitales) a pesar de ser sostenidos con los impuestos de millones de ciudadanos que no viven del turismo, dificultan o imposibilitan el acceso a la vivienda en zonas concretas expulsando a sus habitantes habituales y todo para producir un empleo que en la mayor parte de los casos es estacional y de poca calidad.

No reparar en ello es suicida aunque sólo sea porque una mayor estabilidad o inestabilidad en otros países del mediterráneo, por ejemplo, sube y baja las cifras como en un tiovivo. Rajoy debería de saber que fiar el crecimiento del país al azar de dónde decidan los terroristas sembrar la muerte no es muy sensato. La lotería del miedo desplaza grandes bolsas de turismo de unos países a otros sin remedio.

Aún así, si no les hubieran incomodado con unas pintadas y unos botes de humo ni siquiera hubieran reaccionado. Siento decirles además que no pueden estigmatizar a los que han tomado la iniciativa como radicales izquierdosos a los que el Gobierno debe amenazar con todo el peso de la ley. (Inciso: esto es un Estado de Derecho, así que ça va de soi. ¿O es que amenazan con algo más, como en el caso de Alsasua?) Ya en 2014 los enloquecidos de los berlineses comenzaron a pintar las paredes y a hacer pegatinas con el lema: «Berlín no te quiere» y estudiaron prohibir las rodadas de maletas por las aceras que impiden dormir a los vecinos. ¡Están locos estos teutones! Tampoco faltan voces críticas en Francia. El diario La Croix llegó a plantear, con choteo, hacer un examen en los consulados de todo el mundo y sólo dejar entrar en Francia a los que lo aprobaran.

El problema de la turistificación es real y debe ser estudiado y analizado en profundidad. Lo malo de los que gobiernan es que sólo le ven el rabo y los cuernos a los extranjeros que llegan en patera, pero a los que desembarcan en vuelos charter para reventar de alcohol, sin dejar casi ni un duro en España, puesto que todo lo cobran los touroperadores británicos, a esos no les mandarán de vuelta. Si pagas, aunque sea una mierda, mandas. Muchas mierdas juntas hacen millonarios a algunos y eso es lo que cuenta.

Los de la CUP y los de Sortu no han llegado a follar en un avión camino a Ibiza, ni a tirarse desde los balcones de un hotel, no han mordido en la playa a otros turistas ni han violado a nadie, no se ha revolcado en orines ni vomitonas ni se han desplomado inconscientes por las drogas en los servicios de urgencias. Claro que los que hacen todo esto supuestamente ingresan en el PIB y los otros son de izquierdas e independentistas. Dónde van ustedes a parar.

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