Borrachera

David Trueba 20 de junio de 2017

Turismofobia es una palabra repelente, que trata de convertir en enfermedad lo que es un síntoma. Es una palabra que desvía la atención para encubrir un problema. No hay nadie que deteste el turismo, puesto que ha sido turista en algún momento de su vida. Lo que odia es percibir que el negocio turístico ha devorado su entorno vital, que la comercialización sin límites y la rapiña despierten elogios en lugar de denuncias. Como somos aficionados a pulsar las divisiones sociales que estimulan la ferviente creencia en las dos Españas, también cabría, ¿por qué no?, empezar a hablar de un país roto entre los que se lucran con el turismo y los que no lo hacen.

Mientras llega el día en que comprendamos que un país es un ente complejo que nunca saciará el gusto de todos y que la única apuesta es la corrección continua de los problemas según asoman, conviene empezar a analizar el coste del turismo, más allá de la información blanca de cada verano, esa que celebra los millones de visitantes, las divisas que se dejan y el impacto en el bruto interior. Hasta ahora las únicas pegas eran menores, algún que otro muerto a balconazos, borrachos orinantes y una grotesca sensación de sacrificar la investigación y el desarrollo científico por la paella mal cocinada y la santificación de la tomatina. Sin embargo, el impacto sobre los alquileres en ciudades masificadas, con expulsados sin piedad, se suma al agravio de cubrir servicios comunes, desde el abastecimiento, la sanidad o la limpieza sin retorno. Y de fondo, prostitución, droga y economía sumergida que usan el turismo desbocado para infiltrar las mafias en nuestro tejido social.

Se calcula que los turistas representan un millón de habitantes estables entre nuestra población diaria. Reacios a dar refugio al necesitado, somos sin embargo un país dedicado al hospedaje. Si hay una España vacía, sería bueno también fijarse sobre la España llena que se localiza en varios puntos saturados de turistas a los que ya no puede ofrecerse calidad ni valor, sino solo exprimirlos en rebaño para ese zumo macroeconómico que permita decir que España va bien de tanto en tanto. Por eso el concepto de turismofobia es repelente, porque elude la discusión valiosa sobre un problema real. Todos los negocios se exponen a un enorme desafío cuando alcanzan el éxito, porque les llega la hora de plantearse la integridad, la continuidad y la honestidad de su apuesta. Una prudente corrección de los desmanes ayuda a evitar las catástrofes que nadie quiere prevenir. No hay borrachera sin resaca.

elpais

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