Barricidio

Ana Díez de Ure y Paco Roda – 25 de enero de 2017

El casco viejo de nuestra ciudad, ese que ha visto el mundo por encima de la terraza del Arga y que siempre ha soñado con el mar arrojado sobre sus murallas, es hoy un barrio herido. Quizás de éxito, pero herido. Barrio que hace años fue territorio de resistencias, transgresiones y habituado al contratiempo. A la tensión permanente. Barrio de luces, sombras, oportunidades y amenazas que siempre gestionó lo suyo a pie de calle. Una calle de luchas heroicas y también de derrotas vergonzantes. Y también de reconquistas por obra y gracia de un vecindario que se sentía eso, vecindad. Fueron los años de las manifas diarias radiadas por la Eguzki Irratia, la insumisión pionera, el gaztetxe del Euskal Jai y la pelea entre adoquín y loseta. Y otras más que aún resuenan en algunas calles. Porque estas pequeñas victorias lo fueron de toda la ciudad. Pero se gestaron como propias por las gentes de aquí. Porque aquí se sufrieron en propia piel, se brindaron al sol y se protegieron engrandeciéndose. Porque aquí se convivió con el duro golpe de la droga, el exilio de la Biblioteca General, la Universidad o la destrucción de los restos arqueológicos de la Plaza del Castillo. Todo con la rebeldía de un vecindario empoderado que vivía en ese casco antiguo hecho a medida de sus gentes, sostenible hasta en la adversidad. De gentes cargadas de solidaridad intravecinal, militantes del pequeño comercio, de tiendas con solera hoy desaparecidas firmando así la sentencia de muerte de un entramado comercial con sello propio. Y ello sin que ninguna institución haya tendido su mano, aunque algunos presuman de ello. Un barrio de quioscos de prensa, como el carrico de Lucio, tiendas de sombreros, talleres de medias, mercerías, ferreterías, carpinterías, carnicerías, droguerías, talleres y fruterías donde lo habitual era depositar la confianza a cambio de un buenos días y un mejor producto. Y también de bares familiares donde regarte de alegría a golpe de txakolí o tinto peleón. En ese barrio todavía se vivía.

Pero este recuerdo no queremos convertirlo en nostalgia paralizante. Sino en lectura para el combate. Aunque solo nos queden las ideas. Porque pareciera que vivimos en un barrio saturado de éxito comunitario y, eso sí, muy ilusorio y escenificado. Porque vivimos o sobrevivimos a golpe de celebración diaria y nos preguntamos para qué. A son de qué. Y sentimos que este barrio es cada vez menos barrio pese a las intensas campañas de todo tipo y condición en demostrar lo contrario. Creemos que se han roto las solidaridades de antaño, los bucles de ayuda mutua, de vecindad bien entendida y de intercambio a cambio de nada. Y se han roto también los espacios de resistencia, aquellos que hicieron de nuestro barrio el espacio de la fiesta y la subversión como lo definiera el maestro Gaviria. Hoy muchos y muchas sentimos que sobra fiesta y nos falta subversión. Y sentimos que este barrio ya no nos pertenece. Porque este barrio ha sido robado, hurtado por dinámicas, sinergias y tendencias absolutamente desconectadas de su vecindad. Por dinámicas que responden al mercado más que al vivir común. A la marca de un barrio neoliberalizado en exceso. A una gentrificación urbana y comercial ocultada en nombre de un progreso y dinamización de dudosa sostenibilidad. Más aún, entendemos que hoy se está construyendo un barrio enajenado y contra la mayoría de su vecindad. Y sentimos que a nadie parece importarle más allá de la obligada pose de algunos. Ni siquiera a este ayuntamiento que presume de cooperativo y participativo. Un ayuntamiento que, dicho sea de paso, no ha tenido en cuenta ninguna de las alegaciones al PEPRI presentadas por varios vecinos y vecinas. Como si este ayuntamiento confirmase el alejamiento de la vecindad crítica para subirse a lomos de una cierta estetización festiva de las políticas urbanas.

¿Por qué hablamos así? porque así lo vivimos y los sufrimos. Porque mucha gente digiere este barrio como puede. Este barrio sufre de falta de vecindad, de incivismo y de desprotección pública. Sufre porque siente que se está perdiendo lo mejor que tenía: la solidaridad y la vecindad bien entendida, el sentirse arte y parte de algo intangible, la convivencia, el equilibrio social. Y por encima de todo, sufre al comprobar que este barrio ha dejado de ser habitable, que ha dejado de ser transitable, paseable, en definitiva, amable. Porque este barrio, al menos una gran parte de sus calles colonizadas por la hostelería de nuevo cuño, padece de una falta de habitabilidad y convivencia más que inquietantes. Y es que pese a cierta campaña que se empeña en demostrar que lo viejo se mueve, creemos que lo viejo se muere. Se mueve para algunos y en alguna dirección, no siempre común, y se muere para muchos. Aunque esos muchos sean la parte invisible de los análisis oficiales y hegemónicos que se hacen.

Porque este barrio está tocado. Pese a la fiesta sin limites que padece, pese a la charanga permanente que invade sus calles. Pese a la sanferminización que sufre los 365 días del año, pese a ciertas proclamas buenrrollistas. Porque el barrio se ha terciarizado y vive por y para las ilusiones y las emociones, como si ello fuera su principal reclamo. Este barrio está tocado precisamente por eso, porque ha priorizado otras dinámicas expansivas por encima de sus vecinos y vecinas a los que se les supone aguante infinito y comprensión sin límites. Este barrio pierde calidad de vida pese a que cada fin de semana se celebre la vida como si el fin del mundo estuviera a la vuelta de la esquina. Y consecuencia de ello es la desvalorización como lugar de residencia y habitabilidad a favor de una especialización del barrio-consumo atomizado de actividad. En este sentido hay que mencionar que en el año 1991 la población del casco viejo, según el estudio elaborado por el plan comunitario del casco viejo de Pamplona, era de poco más de doce mil habitantes (12167). Ese año el casco viejo contaba con 192 establecimientos de hostelería. Tocábamos a un establecimiento hostelero por cada 63 habitantes, lo que no estaba nada mal. Pero el barrio ha disminuido su población, 10816 habitantes en mayo de 2016. Sin embargo han aumentado hasta 232 los locales de hostelería. Es decir, siendo menos, ahora tocamos a más bares por vecino/a. Por cada 46 vecinos tenemos un establecimiento hostelero. Ustedes mismos.

Pero aparte de estos datos, es verdaderamente significativo que la tendencia descendente en la población del barrio coincida con la modificación del PEPRI del casco viejo en lo relativo a regulación de usos (Boletín oficial de Navarra de 7 de junio de 2006); modificación que levantó la veda hostelera, permitiéndose a partir de ese momento la apertura de cafeterías y restaurantes en cualquier calle del casco viejo. En 2006 la población del casco viejo era de 12401. Desde esa fecha hasta casi ayer ha descendido de forma continua hasta los 10816 residentes actuales. Esto ha supuesto una caída de población en el barrio del 12.78%, la mayor caída de entre todos los barrios de Pamplona. Y justo en un periodo en el que la población global de pamplona ha crecido un 1,75%. Se pueden interpretar estos datos de maneras diversas, pero entendemos que esta pérdida de población tiene que ver con la menor calidad de vida de sus habitantes obligados a un exilio forzado, a una diáspora silenciosa que no se analiza en ningún foro. Y este panorama explica por qué sus comercios cierran, se hunden o no se renuevan, sus tiendas de artesanía malviven o sus centros de artes languidecen. La pequeña sociedad cascoviejera del futuro está creciendo en un entorno sin apenas librerías, sin árboles, sin galerías de arte, sin tiendas locales, sin espacios de ocio alternativos, sin tranvía, sin silencio nocturno. Los toldos de los bares, las cubas, los carteles con su reclamo alcohólico, han sustituido a los quioscos de libros y revistas. Y lo inundan todo. Los camiones de abastecimiento hostelero son incompatibles con los bancos para los abuelos y las fuentes. Las terrazas impiden el paso de silletas, sillas de ruedas, bicicletas, bomberos y ambulancias. Los carteles de venta y alquiler de casas han sustituido a las banderas reivindicativas por un tiempo mejor. Y este paisaje ajeno se divulga entre una vecindad envejecida, empobrecida y enferma. Entre una población que supone el 5% del total de Pamplona pero que soporta gran parte las necesidades de todo tipo y condición del 95% restante. Porque no hay un plan-diagnóstico que garantice la equitativa distribución de recursos interbarrios. Entre una población muy desigual, donde los índices de pobreza alcanzan cifras de espanto que no conmocionan a nadie salvo a aquellos que se ocupan de ello. Y más. La desvalorización de muchas viviendas por la proliferación hostelera es un hecho real y objetivo. El casco viejo es el barrio que, en relación al numero de habitantes, presenta la mayor tasa de pisos a la venta de todo Pamplona. ¿será porque el casco viejo se mueve o porque el casco viejo se muere?.

Y es que este barrio sufre una agonía lenta, silenciosa y certera. Pese a la banalización, invisibilización y hasta el desprecio de muchos de los problemas aquí mencionados. Una agonía sin paliativos que se manifiesta cada viernes, sábado y fiestas de guardar con el número ascendente de vomitonas y meadas frente a algunas de sus mejores iglesias y monumentos. Este barrio resiste y asiste con dolor a la pasividad autocomplaciente de sus mandatarios que reconocen sin pudor alguno que la cuestión del ruido, la gestión convivencial y el equilibrio entre impacto hostelero y convivencia se presenta como un reto de imposible cumplimiento. Como reforzando las tesis más neoliberales de la inmutabilidad de la historia y este presente bastardo. Y sí, creemos que es posible una solución. Costosa, imaginativa y arriesgada. Nada fácil. Quizás solo se trate de nadar contracorriente o arriesgar el intelecto. Para ello deberíamos descartar una idea fuerza hegemónica. Aquella que considera que esto se arregla con mediación y negociación entre los agentes implicados. Sí y no. Aquí hay intereses radicalmente diferenciados y necesariamente en conflicto ante los cuales, la administración municipal debe dar respuesta. Porque es su obligación. La de gestionar la ciudad. La de implicarse a partir de sus responsabilidades de salvaguarda de la vecindad amenazada. Por eso se hizo en 2004 la “ordenanza municipal sobre promoción de conductas cívicas y protección de los espacios públicos” que regula el uso y abuso de la calle. Ordenanza por otro lado reiteradamente incumplida por parte de algunos agentes implicados. Y sí, a partir de aquí es posible diseñar nuevos usos colaborativos, nuevos espacios y nuevas dinámicas que respeten la habitabilidad de un barrio que, primero es residencial y después un supermercado de ocio y negocio a cielo abierto. No afrontar esto supone validar el barricidio al que este barrio está siendo sometido en nombre de un falso ciudadanismo rehén de los planes de acumulación capitalista -escasamente cuestionados- y alejado de los necesarios controles sobre los procesos de saturación de nuestro territorio vecinal.

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