Pues no, Iruña no está en calma

Paco Roda 25 de agosto de 2017

Pues no, Iruña no está en calma. Otra cosa es que nos guste la calma y nos incomode la verdad. Y ya siento disentir. Porque Iruña mira para otro lado. O hace ver que no pasa nada. Porque cuesta meterle mano a un sector, el de la hostelería extractiva que, al parecer, cuenta con buenos contactos en el equipo de gobierno. Porque aquí, santuario del buenísimo, nunca sabemos cuándo nos pasa algo hasta que no estamos en un cuello de botella, por no decir de botellón. El casco Viejo de Iruña padece una gentrificación encubierta, soterrada y camuflada por el buenrollismo participacionista de todo tipo de actos atomizados ante los cuales nadie, o casi nadie, dice nada por aquello de lo políticamente correcto. Por no ser un brasas. El Casco Viejo de Iruña padece un exilio de población autóctona, pues eso es la gentrificación, -la superposición de una población por otra y la expulsión de la «de toda la vida»- desde hace tiempo. No hace falta ser un lince para saber que los precios de las viviendas han subido, que las quejas vecinales han aumentado, -que se lo pregunten a la policía municipal- que la población ha descendido en los últimos años o que hay una tendencia muy consolidada hacia la especialización del territorio Casco Viejo en un parque de consumo tabernario, ocio nocturno y pintxopoteo mundializado al amparo de una idea: hacer un barrio dinámico en detrimento de su vecindad. Hacer un barrio sin vecinos ni vecinas.
Mientras, el concejal de Bildu Abaurrea, reconoce que en 2015 ya detectó el problema «fue un fenómeno, por así decirlo, hermano del turismo como tal. Se trataba de la «implantación masiva y descontrolada de hostelería» que estaba transformando el corazón de la ciudad en espacio centrado en exclusiva en el ocio». Abaurrea ahora dice que todo está bajo control. O casi todo. Ahora de la mano, otra vez, del consenso. (sic) Pues bien, si en estos momentos ese problema no ha aumentado, se ha consolidado, asentado, normalizado, justificado y bendecido por casi todos los agentes políticos y sociales del barrio, que baje san Fermín y lo desdiga. Los problemas del casco Viejo de Iruña son similares a los de Donosti o Bilbo. Como los de cualquier Casco Viejo que ha perdido el rumbo de su socialización vecinal en detrimento de una casta de capitalistas de nuevo cuño que se hacen llamar emprendedores de turisteo emocional y de sensaciones. Bares, bares, bares. Eso es lo que al parecer hace ciudad.

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