Planeta ruido

Eva Millet 30/07/2017

El ruido es omnipresente, uno de los grandes retos de la salud pública mundial. Mientras la Organización Mundial de la Salud alerta de que puede causar sordera precoz a 1.100 millones de jóvenes, nuevos hallazgos lo relacionan con la hipertensión, la diabetes e, incluso, la mortalidad fetal. Y la contaminación acústica también llega a los mares, donde no existe un rincón libre de ruido, con efectos devastadores para este ecosistema.

En la costa asturiana, en septiembre del 2001 y el 2003, se detectaron dos sorprendentes varamientos de calamares gigantes. Eran nueve ejemplares, entre ellos, una hembra de 140 kilos. Una cifra elevada que desconcertó a los científicos: desde 1962 se tenían contabilizados 47 registros de estos animales, pero el 75% correspondía a especímenes capturados por pesca a grandes profundidades, que es donde habitan los Architeuthis dux o calamares gigantes.

Los cadáveres fueron recogidos y examinados, a fin de determinar las causas de su muerte. En el 2004, un artículo en la revista Investigación y Ciencia de los biólogos Ángel Guerra y Ángel F. González, concluía que lo que había matado a esos espléndidos animales había sido… el ruido. Los varamientos, explicaron los científicos, coincidieron con la presencia en la zona de buques que realizaban prospecciones geofísicas. Unas pruebas en las que se utilizaron cañones de aire comprimido que producen ondas acústicas de 200 decibelios por cañón. La hipótesis es que este bombardeo sonoro dañó el sistema de equilibro de los calamares, lo que provocó que se desorientaran y ascendieran hacia la superficie, donde murieron asfixiados.

Tras el segundo varamiento del 2003 aparecieron, en apenas un año, otros 17 Architeuthis dux muertos en circunstancias similares. Un fenómeno que, advierten Guerra y González, “quizá sólo sea la punta de un iceberg de los efectos del ruido sobre otras especies marinas, algunas de ellas de importancia comercial”.

Mientras que en tierra hace tiempo que se conocen los efectos nocivos del ruido, el conocimiento de que está afectando a los mares es algo relativamente nuevo. “Hasta ahora no se había dispuesto de la tecnología ni de la perspectiva para entender como impacta este tipo de contaminación”, explica el biólogo e ingeniero Michel André, director del Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas (LAB) de la Universitat Politècnica de Catalunya. Con sede en Vilanova i la Geltrú, el LAB es el único equipamiento en el mundo que se dedica exclusivamente a monitorizar la contaminación acústica en el mar, una información clave para preservar la salud de este ecosistema. “El sonido en el océano es sinónimo de vida –explica André–. A lo largo de la evolución, los organismos marinos han aprendido a utilizar el soporte acústico para intercambiar información vital. Si contaminamos este canal de comunicación, condenamos el mar a un desequilibrio irreversible, momento en el que estamos”.

El ser humano lleva poco más de un siglo introduciendo en el medio marino cantidades masivas de ruido de forma incontrolada. ¿Cómo? Mediante actividades como el transporte y la búsqueda de petróleo, la construcción de puertos y las maniobras militares, entre otras. “Cuando pones un micrófono adaptado en el agua, se escucha una cacofonía de ruidos artificiales: es como estar en el centro de una ciudad, con muchos coches, sirenas, taladros, aviones que despegan…”, ilustra André. Todo ello, denuncia, “hace que no haya ningún rincón en el mar que se libre de la contaminación acústica hasta cierto punto”.

Incluso a lugares geográficamente protegidos como el Ártico, el ruido llega desde fuera. Y es que bajo el mar, cuenta este experto, el sonido se propaga mucho más rápido: “El ruido marino también se mide en decibelios, pero no se pueden comparar las emisiones en el aire con las del agua, que es un medio más denso, que favorece la propagación del sonido”. Bajo el mar el ruido puede llegar a recorrer distancias de centenares, incluso miles de kilómetros. “Por ejemplo, una obra que se hace en la costa barcelonesa se puede oír en Baleares”, afirma.

El hombre ha convertido el fondo del mar en un estruendo del que se tiene muy poca conciencia, pese a sus graves consecuencias para la fauna. “Siempre se creía que afectaba a los animales más grandes, como los cetáceos, los que sabemos que utilizan la información acústica en sus actividades diarias”, explica André. Ahí se concentraban todos los esfuerzos científicos hasta que, a raíz de los varamientos en Asturias, el LAB amplió la investigación del impacto del ruido a otras especies. “Recreamos las emisiones con especies comerciales (como calamares, sepias y pulpos) y descubrimos que también presentaban traumas acústicos en los órganos que les permiten mantener su equilibrio en la columna de agua. Debido a ello, dejan de comer y de reproducirse y acaban por morir”, detalla. Este descubrimiento, de la mano de la doctora Marta Solé, responsable de estudio en el LAB, ha cambiado totalmente el entendimiento sobre la contaminación acústica en el fondo marino. “Sus efectos se amplían a miles de especies de invertebrados que, incluso, estarían más afectados que los cetáceos”, alerta el biólogo.

En la superficie también se están descubriendo nuevas derivadas del impacto del ruido en la salud. En el siglo XXI, con el crecimiento imparable de las ciudades y la capacidad del ser humano de generar nuevas fuentes de barullo, la contaminación acústica afecta a millones de personas. Es tal su magnitud, que para la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha convertido, tras la contaminación atmosférica, en el principal problema de salud pública mundial.

En el 2011, la OMS presentó Burden of Disease from Environmental Noise, el primer informe global sobre los efectos del ruido en la salud pública. En él se cuantificaba, de manera general, los años de vida saludable que se pierden, solamente en Europa Occidental, por el ruido: un millón cada año. También se revelaba que los efectos nocivos del ruido van más allá de los trastornos auditivos (como la sordera y los acúfenos) y los problemas de estrés y de aprendizaje (en especial, entre los niños). El ruido es asimismo un factor clave en la incidencia de enfermedades cardiovasculares y respiratorias.

Las informaciones de la OMS se ratifican a escala más local en estudios como el informe Efectos del ruido urbano sobre la salud, presentado en Madrid en septiembre del 2016. El estudio no sólo relaciona el ruido con mortalidad de mayores de 65 años por enfermedades circulatorias y respiratorias. “También con la diabetes y con variables adversas al nacimiento como partos prematuros, bajo peso al nacer e, incluso, mortalidad fetal”, enumera el investigador Julio Díaz Jiménez, miembro de la Sociedad Española de Sanidad Ambiental, quien, junto a Cristina Linares Gil, es uno de los autores. Este estudio se originó en 1999, cuando se empezó a analizar el impacto de la contaminación acústica en Madrid en una nueva variable: los ingresos hospitalarios.

El ruido, asegura Díaz, es un ataque al organismo (de hecho, se utiliza como instrumento de tortura). “Y ante el ataque, el cuerpo hace varias cosas: aumenta la tensión arterial y el ritmo cardiaco; por lo tanto, hay un nexo con enfermedades cardiovasculares. Pero además, genera glucosa, para poder tener suficiente energía, por lo que también hay un vínculo con enfermedades como la diabetes”, indica. Se segrega asimismo cortisol, la hormona del estrés, “cuyos niveles altos están relacionados con una bajada del sistema inmunológico, que puede hacer que progresen ciertas enfermedades infecciosas respiratorias y esa persona ingrese en el hospital”, añade.

Tras casi dos décadas de análisis y más de 20 publicaciones en revistas internacionales especializadas, Díaz llega a la conclusión de que el efecto de la contaminación acústica “es, al menos, del mismo orden que la química; el efecto de personas fallecidas es similar; por lo tanto, el problema es grave”.

Sin embargo, ante estos datos la administración hace –nunca mejor dicho– oídos sordos. “En Madrid, cuando se habla de los problemas relacionados con el tráfico se habla de la contaminación química, pero no de la acústica. Cada vez que publicamos un artículo se envía a la persona encargada del Ayuntamiento, pero… ¡ni caso!”, lamenta. Algo similar ocurre en Barcelona, donde otro estudio del 2016, de la Universitat de Girona, señalaba asimismo el impacto del ruido ambiental sobre algunos problemas de salud. “En concreto, sobre la mortalidad por infarto de miocardio, diabetes tipo 2 e hipertensión”, explican dos de sus autores, los profesores Marc Sáez y Maria Antònia Barceló.

Pese a haber estado publicado también a escala internacional y expuesto en congresos científicos, el informe “tampoco ha recibido respuesta por parte de ninguna administración”, corroboran. Julio Díaz denuncia que el desconocimiento de la problemática del ruido y la falta de medidas contra este son equiparables “a lo que sucedía con la contaminación atmosférica en España en los años cincuenta”.

El ruido está ahí: molesta, aturde y enferma. Y la indefensión de la población es tan generalizada que es uno de los temas recurrentes en las cartas al director de los diarios, donde es habitual leer misivas denunciando ruidos relacionados con el tráfico, sirenas, aires acondicionados, gritos nocturnos, locales de ocio, botellón y ladridos de perros, entre otros. Sin embargo, pese a que España está en los primeros puestos de los países más ruidosos del mundo, aquí el activismo contra el ruido es todavía muy minoritario.

Esto no ocurre en el norte de Europa e, incluso, en Estados Unidos, donde existe más conciencia sobre este problema. Aunque, como señala el cineasta norteamericano Patrick Shen, todavía queda mucho por hacer. Shen acaba de estrenar el documental In Pursuit of Silence, donde denuncia el avance imparable del estruendo en el mundo y reivindica la ­búsqueda del silencio como medicina preventiva. La película visita algunos de los lugares más ruidosos del planeta, desde Tokio hasta las gradas del estadio de Arrow­head, en Kansas City, que con 142 dB ostenta el récord de la instalación deportiva más estruendosa (superados los 65 dB, el ruido ya empieza a causar alteraciones fisiológicas).

A Bombai, la sucesión de fiestas y festivales religiosos, con la música a toda pastilla, salpicada de petardos (¿les resulta familiar?), la ha coronado como una de las urbes más ruidosas del mundo. La activista antirruido Sumaira Abdulali compara el bombardeo de decibelios “con estar al lado de un avión a reacción durante las semanas que dura el festival; la gente no lo soporta: hay muertos por ataque al corazón”.

Shen también descubre en su documental esos paisajes sonoros en la tierra que, a diferencia de lo que sucede bajo el mar, todavía están libres de contaminación acústica. Como el parque nacional de Denali, en Alaska, donde trabaja Kurt Fristrup, guarda forestal encargado de monitorizar el nivel de decibelios del parque (entre 13 dB en invierno y 25 dB en verano). “Estamos hechos para funcionar en sitios como este”, dice, envuelto en un espectacular silencio. “Si perdemos nuestra capacidad de escuchar, perderemos nuestra conexión con lo que somos, con el mundo; sería terrible”.

Pero esta desconexión ya llega. El peligro de sordera global es una realidad: en el 2011 la OMS lanzó la campaña Escuchar sin Riesgos, donde alertaba de que 1.100 millones de jóvenes de todo el mundo están en peligro de perder audición debido a prácticas auditivas perjudiciales. Según los últimos datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente, cerca del 20% de la población de la Unión Europea (unos 80 millones de personas) sufren niveles de ruido inaceptables. Otros 170 millones están expuestos a niveles menores, pero que causan serias molestias durante el día.

“El ruido en el mundo ha llegado a su paroxismo: estamos tan aturdidos por él que nos hemos olvidado de cómo vivir sin él, gritamos para hacernos oír”, explica Patrick Shen al Magazine. No se equivoca: se grita en la televisión y en la radio (donde la última moda es sazonar las noticias con música de fondo); en las empresas, en la calle, en las escuelas… Cada vez resulta más difícil escapar del estruendo global, que no sólo afecta a nuestra salud sino también a nuestra capacidad de pensar y de crear. “La cultura y el progreso florecen en espacios donde la mente tiene libertad para avanzar. Y es el silencio el que nos proporciona este espacio”, asegura el ci­neasta.

Un silencio que debería ser un derecho, pero que se está convirtiendo en un lujo. En general, el ruido incide más en las zonas más pobres de las ciudades, lo que afecta tanto a la calidad de vida como al nivel cognitivo de sus habitantes. El ruido dificulta nuestra capacidad de pensar de forma clara y proactiva. “Por lo que es muy probable que esté dificultando a esas personas tomar decisiones que mejoren sus vidas”, alerta Shen.

Para él es urgente paliar este déficit de silencio: “Las pruebas que vinculan el ruido con el estrés son abrumadoras, así que espero que, ya que las agencias internacionales de salud lo consideran la epidemia del siglo XXI, el problema de la contaminación acústica se tome más en serio”. Además, como apunta Julio Díaz Jiménez, la solución no es tan complicada: “La ventaja que tiene el ruido es que se puede luchar contra él con relativa facilidad. El 80% se debe al tráfico, pero hay opciones para reducirlo, que pueden ir desde utilizar coches menos ruidosos hasta cambiar el asfalto, poner algún tipo de pantalla en la vía e incluso utilizar medidas de protección personal, como el doble acristalamiento en los edificios”. Pero para poder articular esas medidas, insiste, “lo primero que hay que tener es conciencia del problema y que la administración se involucre”.

En el mar sucede algo parecido: “A diferencia de otras fuentes de contaminación que pueden tardar años en desaparecer, las fuentes acústicas cuando las apagas ya no tienen impacto”, coincide Michel André. Destaca que desde el 2012 existe una directiva europea (la Marine Strategy Framework Directive) que no sólo exige que los estados miembros midan el ruido en sus costas y tomen medidas para disminuirlo. “También reconoce por primera vez a escala institucional el problema de la contaminación acústica en el mar”, dice. Para este experto, estas iniciativas deben extenderse al ámbito global porque queda poco tiempo: “A este ritmo, estamos hablando de un par de décadas. El mar está muy frágil, y la contaminación acústica puede ser la estocada final a su supervivencia”. No hay espacio para conflictos de intereses ni griterío estéril, sino para encontrar soluciones.

Escala de ruido

En decibelios ponderados a la realidad auditiva, según el Observatorio de Salud de GAES y DKV. Los efectos dependen del tiempo y el nivel de exposición.

130 dBA. Motor de avión a reacción despegando, fuegos artificiales, disparo de arma de fuego. Sensación dolorosa, puede causar rotura de tímpano

120 dBA. Martillo neumático, motor de avión. Sensación insoportable. Ya daña células nerviosas del oído interno y causa alteraciones neurovegetativas y psicológicas

110 dBA. Motocicleta de escape libre, concierto de rock. Puede tener iguales efectos que el anterior

100 dBA. Discoteca, sierra circular, taladro, sirena de ambulancia, claxon de autobús. Efectos como el anterior

90 dBA. Taller mecánico, imprenta, tráfico intenso, auriculares. Sensación molesta. Peligro de lesión auditiva y sordera y de estrés

80 dBA. Calle ruidosa, bar animado, niños jugando, cadena de montaje, motor de autobús. Puede tener los efectos del punto anterior o más leves

70 dBA. Conversación en voz alta, oficina con gente, almacenes, extractor de humos, tráfico tranquilo. Ruido de fondo incómodo para conversar. Puede causar alteraciones cardiacas, hormonales…

60 dBA. Charla sosegada, restaurante, comercio, lluvia, ventilador, interior de coche insonorizado. Puede suponer dificultad para conciliar el sueño, pero es un nivel que permite la vida social

30 dBA. Dormitorio, frigorífico silencioso. Nivel máximo de ruido de fondo si se pretende descansar y sin efectos negativos. (El trino de un pájaro o la respiración tranquila son 10 dBA, por ejemplo).

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