Inenarrable animación

JULIO PÉREZ GARCÍA – Miércoles, 15 de junio de 2016

Salgo de casa, son las 19.30 horas. La animación en el Casco Viejo es brutal y mi satisfacción por tanto se dispara. El trayecto adquiere carácter de gynkana que serpentea entre las personas que transitan sin rumbo aparente. Es sábado.

La boca de algunas disco-cafeterías escupen música-ruido sin compasión sobre la masa alborozada. Trato de bordear tanta concentración de alegría sin demasiado éxito. Atravieso la tómbola y un escenario, todavía caliente, que está siendo desmontado. Todo el mundo viene hacia mí y tengo la sensación de caminar en dirección contraria.

En torno a La Tienda Grande, cuyo nombre me niego a pronunciar, unos niños ascienden a los cielos suspendidos de unas gomas elásticas y otros compiten en un imaginario circuito de Los Arcos emulando a los grandes pilotos de F-1. A duras penas traspaso esta disneylandia de chichinabo coronada por un castillo de plástico.

El ruido del tráfico en Conde Oliveto me relaja y rememoro la escena del Lobo Estepario de H. Hess donde los coches persiguen a los individuos tratando de darles caza.

Desde la Rocha asciende un rumor musical indicando que hay vida en el más allá. Mi emoción sube de tono al contemplar el vallado por el que dentro de nada los toros que hemos indultado en la Vega encorrerán a la alegre muchachada. Pero no hay que preocuparse, por la tarde en la plaza recibirán matarile no sin antes haberlos torturado hasta la extenuación. Es la tradición.

Por fin regreso a casa saltando literalmente por encima de lo que parecen seres humanos que degustan en el suelo exquisitas viandas regadas con variados caldos. Mientras, una charanga despedidora de solteros y solteras atruena en los tímpanos de los presentes y ausentes sin misericordia.

Me entristece pensar que dentro de unas horas toda esta inenarrable animación nos abandonará y gozaremos de un insoportable silencio.

Salgo de casa, son las 7.30 horas. Tengo que coger el bus. He dormido poco y mal. Las persianas de los bares y cafeterías están bajadas. Luego tocarán a misa. Es domingo.

La calle está repleta de basura y huele a pis y otros fluidos corporales. Personas y máquinas, que pagamos con dinero de todos, lavan la cara de tanta inmundicia mientras las palomas dan buena cuenta de los restos del festín.

Ya falta menos…

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