El ruido echa a los vecinos del centro de Madrid

Marta Ley 26 de abril de 2017

A veces sólo nos damos cuenta del ruido que soportamos cada día cuando salimos de la gran ciudad. Beatriz Zabala conoce perfectamente esta sensación: «Busco los puentes en el calendario para irme. Organizo mi vida en función de cuándo me puedo escapar». Esta vecina de la calle San Isidro Labrador sufre día a día contaminación acústica, en especial desde hace cinco años, la misma edad que tiene su hija.

Beatriz vive desde hace 13 años en La Latina. En 2012 un nuevo bar de copas se instaló en su calle. El local se amplió tras la compra de una lonja contigua. Desde entonces, en su casa no hay manera de conciliar el sueño. «Tenemos ventanas de doble acristalamiento, hemos hecho toda una obra», cuenta desesperada.

Cerca del 30% de todos los locales del distrito centro desarrollan actividades de hostelería o son discotecas. En el barrio de Cortes, que pertenece al distrito, esta proporción se eleva a algo más del 40%, la más alta de los barrios madrileños, según datos del censo de locales y sus actividades del Ayuntamiento. «Existen casos problemáticos y de sobresaturación. «En las Cavas [calles referentes del ocio en Madrid] se producen aperturas de falsas asociaciones que de repente son bares», reconoce el portavoz de la Plataforma por el Ocio de Madrid, Vicente Pizcueta. «Pero no vale una única receta ni un único diagnóstico», apunta, disconforme con la percepción de que la hostelería sea la única responsable de la contaminación acústica. Desde la plataforma señalan también a las tiendas de alimentación 24 horas, los «chinos», como causantes del ruido nocturno.

En cualquier caso, el distrito Centro es el que mayor prevalencia de molestias por ruido tiene en el municipio, según la información de la última Encuesta de Calidad de Vida y Satisfacción con los Servicios Públicos. Los vecinos apuntan a la contaminación acústica como causa de las mudanzas a otros barrios o distritos. En los últimos cinco años, esta zona es, en proporción, la que más población pierde de la ciudad: un 6%, cerca de 9.400 vecinos menos, con datos del padrón municipal.

«La policía reconoce que no puede hacer nada. No pueden cerrar locales ni pueden medir el ruido desde mi casa porque estoy enfrente y no encima», cuenta Beatriz. Por parte del Ayuntamiento no ha recibido respuesta desde que hace ya un año denunciara su situación. «La administración tiene sus plazos», reconoce el Subdirector General de Calidad y Evaluación Ambiental, José Amador Fernández. «El presunto infractor puede recurrir y eso alarga los tiempos», explica.

Gritos, vómitos y orín

Roberto Majano, que residió en el número 42 de la Cava Baja cerca de 20 años, terminó «malvendiendo» su piso para mudarse algunas calles más lejos, aunque sin cambiar de barrio. «Te echan», sentencia. «Es una muerte silenciosa de los barrios por un modelo masificado y con gran dosis de ilegalidad», denuncia con indignación. Pertenece a la Asociación de Vecinos Cavas La Latina. En esos 20 años, Roberto ha visto cómo su calle pasó de tener «escasos 20 locales de hostelería a más del doble en la actualidad». Para él, la situación hoy es «un ataque indiscriminado al vecino. Y son responsables tanto los hosteleros como el Ayuntamiento, que no ejerce la labor de control del espacio público y de la mala praxis de la actividad, en este caso, masificada». Beatriz cuenta con rabia que también se plantea mudarse: «Los que somos jóvenes podemos, pero a la gente mayor le cuesta mucho».

Pero no todos los hosteleros son iguales. «Es fantástico que haya bares y restaurantes. Me da pena que se dé la impresión de que los vecinos están en contra de que la gente se lo pase bien», dice Beatriz. «Pero ponle lo mismo en la puerta de su casa, para que vean lo que es sufrir», lamenta. Ambos vecinos aseguran que hay otros muchos bares que «nunca han dado un problema».

En el distrito centro, y concretamente en la Cava Baja, han proliferado también las franquicias low cost, que en opinión de Roberto Majano han perjudicado a los restaurantes de la calle de toda la vida que tenían «cierta clase». «Ahora tenemos turismo de borrachera: gente que grita y vomita», apunta.

Cinco años para tomar medidas

Con la información que publica el Ayuntamiento en su portal de datos abiertos no se puede determinar a día de hoy qué estaciones fijas de medición superan los objetivos de calidad acústica impuestos por la Ordenanza de Protección contra la Contaminación Acústica y Térmica. Es así porque los datos que el Ayuntamiento proporciona son mensuales mientras que los objetivos hacen referencia a proyecciones anuales. «No son comparables», apunta José Amador Fernández. La información pública sobre niveles sonoros anuales más reciente es la reflejada en el Mapa del Ruido de 2011.

No se publican los registros de los controles móviles ni de campañas de vigilancia realizadas en zonas concretas, «ni se van a publicar», aclara Fernández. Las estaciones fijas miden básicamente el barullo de los coches. En una ciudad como Madrid, «el ruido del tráfico es cuantitativamente el más importante, pero cualitativamente no lo es», señala el abogado de la plataforma Juristas contra el Ruido, Jorge Pinedo Hay. «Lo que molesta más es lo de casa», explica. El abogado cuenta que la mayoría de las consultas que atiende están relacionadas con la contaminación acústica generada por locales de ocio, restauración o alimentación.» Cada día tengo mínimo 3 o 4 consultas sólo de Madrid. Mucha gente lo padece y lo sufre mucho».

Desde el Ayuntamiento, Fernández asegura que su administración es «pionera» en la lucha contra el ruido y explica la dificultad de lidiar con los intereses de los vecinos, «que quieren que todo sea zona protegida», y los hosteleros, «que quieren que todo sea fiesta». Reconoce que en ocasiones se toman decisiones sin el acuerdo de todas las partes. «La eficacia o no de las medidas es siempre objeto de debate». Sin embargo, recuerda que los planes de acción «se revisan cada 5 años». «Se hace prueba y error» y en función de los resultados se adoptan medidas.

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