Edgar Allan Poe y el ‘juevintxo’

Miguel Monreal Azcárate 03·10·22

Este 7 de octubre se cumplen 173 años del fallecimiento de Edgar Allan Poe. Aquel genial escritor, traducido a nuestro idioma por el no menos genial Julio Cortázar, fue descrito por Rubén Darío como «uno de esos divinos semilocos necesarios para el progreso humano».

En torno a la temprana y misteriosa muerte de Poe se han formulado numerosas hipótesis: sífilis, meningitis, suicidio, etcétera. Pero quizá una de las más interesantes es la que sostiene que fue asesinado accidentalmente por agentes electorales. Poe murió en día de comicios, y en los EEUU de su época existía, según se ha constatado, la cruel costumbre de emborrachar a personas marginales o enfermas (como Poe), manipulándolas para que votaran varias veces por un candidato.

Es probable que muchos de nuestros dirigentes municipales jamás hayan oído hablar de Poe, Cortázar o Darío. Pero no cabe duda de que, sin saberlo, se están valiendo de una táctica similar a la de aquellos agentes electorales. En efecto, el actual ayuntamiento ha visto el rédito que supone emborrachar a la plebe. A tal fin ofrece, en el corazón de Pamplona, todo tipo de facilidades y libertades para los consumidores de alcohol, asegurando así la satisfacción del vulgo y con ella la victoria electoral.

De otra manera, uno no se explica cómo, en el casco histórico, la llegada de la noche da lugar a seres y situaciones tan inquietantes y escalofriantes como los relatos de Poe y Cortázar: zombis que aúllan hasta el amanecer, locales de chucherías que se transforman en bares, tiendas de móviles que ofrecen cerveza, cafés-teatro que se convierten en macrodiscotecas, portales y edificios históricos que se transmutan en urinarios, barriles y taburetes que se multiplican ad infinitum, vecinos que se vuelven invisibles, patrullas policiales que se esfuman con la caída del sol, ordenanzas y licencias que se diluyen, agentes municipales que pierden la visión, cámaras y sonómetros que dejan de funcionar, denuncias vecinales que se esfuman sin dejar rastro, etcétera.

Recordar esta semana la muerte de Poe quizás solo sirva para que, ahora que se acerca Halloween, algún concejal amante de las tabernas promocione un macrojuevintxo en homenaje al escritor. Sin embargo, uno no pierde la esperanza de que entre tanto político mediocre exista, quizás, alguien con una pizca de sentido común que cuestione la transformación del casco antiguo en un gran bar y se ponga por un momento en el lugar de quienes habitan allí.

¿Habrá acaso algún alma dispuesta a esforzarse en hacer cumplir las ordenanzas por encima de cualquier interés privado? ¿Existirá algún semiloco decidido a defender el legítimo derecho al descanso y la tranquilidad del vecindario del casco antiguo?

No cabe duda de que un político o política de esa altura, si es que existe, podrá ser descrito también, al igual que el propio Poe, como alguien «necesario para el progreso humano».

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