Derivas

Por Juan Torrens Alzu y Paco Roda – Miércoles, 12 de Abril de 2017

Poco nos imaginábamos en octubre del 2014, fecha en que se constituyó el colectivo Convivir en lo Viejo /Alde Zaharreanbizi, la deriva que iba a llevar el problema del ruido y la atomización en el Casco Viejo. Y no menos sorprendente ha sido la reconversión ideológica de los grupos políticos de aquella oposición respecto a la regulación de los locales de ocio, el otorgamiento de licencias de hostelería y la gestión del espacio público. Desde aquel Pleno en el que todos los grupos, a excepción de UPN, aprobaron una moción para buscar una solución a las “crecientes quejas vecinales por el excesivo ruido nocturno como consecuencia de la aglomeración de establecimientos hosteleros…”, hasta la declaración, en enero de este año, de no aplicar la normativa de carga y descarga porque era zona de coexistencia y no peatonal, hay un largo periplo interpretativo. Pero, peor aún, hay una clara involución ideológica. Porque si entonces esta izquierda participativa abogaba de forma clara y contundente por una revisión de las licencias otorgadas, una mayor regulación de la ordenanza, la defensa del espacio público y el derecho al descanso del vecindario del Casco Viejo, hoy pareciera que todo esto sea un enorme lastre de pesada resolución en la que solo cabe la pose bienquedista. O echarle la culpa a la siempre recurrente herencia recibida.

La tan cacareada y participada modificación del PEPRI resultó un fiasco. Así lo interpretamos. Aunque otros actores quizás no. Allí vimos cómo el texto llamado a aprobar ya estaba decidido. Y todo ello con el apoyo o la mirada para otro lado de una asociación de vecinos plegada a los intereses hosteleros, un desconocido colectivo para el ocio y el descanso que coqueteaba sin saberlo con el neoliberalismo más voluntarista e inútil, una asociación de hostelería complacida incluso más allá de sus pretensiones y un ayuntamiento deseoso de congraciarse con hosteleros y clientes más que con el vecindario. Esa fue la puesta en escena para aprobar un texto que, no les vamos a cansar, sólo estipula una distancia mínima para la concesión de nuevas licencias y unas condiciones muy poco exigentes para las nuevas cafeterías. Y poco más.

Y es que las Jornadas de Coordinación de los Defensores del Pueblo celebradas en 2016, con sus contundentes conclusiones referentes al ruido y a la ocupación del espacio público, pasaron desapercibidas. Hubo ruido, pero nadie escuchó nada. Y menos quien tenía que oír. Pamplona, tan rebelde y pionera en muchas ocasiones, está perdiendo la oportunidad de liderar dinámicas y estrategias que otras ciudades como Barcelona, Copenhague o Venecia están implementando relativas a la gestión del monocultivo turístico y de las economías inmateriales, como el ocio. Estas dos estrategias forman parte del nuevo capitalismo emocional responsable de la usurpación del espacio público y de la tercerización de los espacios urbanos. En nuestra ciudad esto se materializa en beneficio de una casta hostelera que encuentra en el Casco Viejo las más altas plusvalías del nuevo mercado especulativo con graves consecuencias para la ciudadanía que aquí reside. Y nadie dice nada. A lo sumo se bendice con el aburrido y pernicioso mantra de la dinamización socio vecinal. O si no, tiremos del turismo y sus sucedáneos para resolver una crisis que solo salva a los de siempre.

Y es que a las pruebas nos remitimos. A finales de año, el Ayuntamiento no tuvo ningún reparo en colaborar con la Asociación de Hostelería para promocionar una campaña denominada Vermuteando. Y suponemos que como patrimonio intangible de la humanidad o como valor de interés foral. Luego que a nadie le extrañe que Navarra esté a la cabeza estatal de consumo de alcohol entre adolescentes.

Aunque si hablamos de espacio público, no podemos pasar desapercibida la opinión del concejal de Movilidad Urbana, A. Cuenca, a quien reconocemos su valentía para nombrar aspectos que otras izquierdas ni huelen. Pero en su artículo No son los barriles: es cómo se reparte el espacio público, si bien incide en claves analíticas que compartimos, viene a concluir que el espacio público hay que repartirlo. Y que hay que cobrar más a quien más lo rentabiliza. Disentimos. El espacio público no se reparte. Solo se reparte lo que se mercantiliza. Y lo público es de todos. Otra cosa es cómo lo disfrutamos. Y concluir que debe cobrarse más a quien más lo rentabiliza es admitir de facto la mercantilización y la desigualdad en el acceso en la compra-venta del trozo de pastel. Por no hablar ya de dualidad urbana y la brecha centro-periferia tan evidente en nuestra ciudad.

Pero más sorprendente nos ha resultado la moción por la que se insta al Gobierno de Navarra a “modificar el artículo 2 del Decreto Foral 201/2002, en lo relativo a los horarios de cierre de los locales con licencia de café-espectáculo, desligándolos de los horarios de los bares especiales y asimilándolos a los horarios de las discotecas y salas de fiesta”, presentada por Podemos. Por lo visto no basta haber modificado la ordenanza para autorizar un café espectáculo expresamente prohibido en el PEPRI, sino que ahora se le equipara con las salas de fiesta y se autoriza, en suelo municipal y a escasos metros del Ayuntamiento, una discoteca hasta las seis y media de la mañana y sin límite de decibelios. Pareciera que nuestros políticos se han olvidado de que éste es un barrio residencial convertido, eso sí, por obra y gracia de prácticas como ésta, en un barrio-consumo atomizado de dinámicas especulativas. Pero bueno, tenemos el aval y el sello de un barrio en festividad permanente. Y eso mola.

Todas estas cuestiones vienen a confirmar una deriva política y estratégica en la resolución de este conflicto público. Está en juego cómo resolver y gestionar el uso y abuso del espacio público colonizado por una hostelería invasiva. Y sí, sabemos distinguir entre bares y bares. Y entre hosteleros de pelotazo y quienes mantienen su bar a duras penas. Pero eso no quita para nombrar las cosas por su nombre. Y hay que decirlo: nos preocupa el impacto de una actividad que ha colonizado un barrio festivalizado y obligado a vivir como si mañana no existiera. El Casco Viejo, ya lo dijimos, no se mueve, se muere. Quizás de éxito. Pero a costa de una vecindad ninguneada. Porque parece que esta nueva forma de especulación y control del espacio público no importara a nadie. Todo lo contrario, este desbarajuste jurídico y político está facilitando a los nuevos amos de la ciudad, esa hostelería extractiva, hacerse con el control del ocio y el consumo por encima de otros sectores productivos olvidados y desplazados. Y esto hay que pararlo. Por el bien de la ciudad y de la ciudadanía. Y para finalizar, esta deriva del Casco Viejo lo es de toda la ciudad que pierde calidad, pero también oportunidad de liderar procesos urbanos inclusivos. Quizás Iruña no sea nunca Patrimonio de la Humanidad, pero su ciudadanía se merece un mejor título, el de ciudad libre de especulación hostelera. Estamos a tiempo.

En nombre de la Asociación Convivir en lo Viejo / Aldezaharreanbizi

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